José Ricardo Díaz Guevara, becado de
Ingeniería Eléctrica.
"Recuerdo que en muchas ocasiones fui en busca del
padre Dean al Centro Monseñor Romero. Nunca me dijo que regresara más tarde o
que estaba ocupado.
Muchas veces, fui a contarle cómo me había ido en
mis exámenes. A él no le importaba que fueran notas altas o bajas, se mostraba
sumamente feliz solo con el hecho de estar compartiendo aquel momento
conmigo.La mayor parte de mis visitas eran para contarle algún problema en el
que me encontraba, ya fuera familiar, económico, sentimental o psicológico. En
él, tenía a un amigo que siempre me escuchaba, un sacerdote con el que me podía
confesar a la hora y en el lugar que yo quisiera, un papá que me daba consejos
para seguir adelante. Siempre, después de hablar con él, mi punto de vista
hacia los problemas era otro; aquella gran montaña que tapaba el sol se
convertía solo en una grada que debía subir. Por eso, el padre Dean marcó mi
vida para siempre".
Uno de los momentos más emocionantes de mi vida fue
cuando me dieron la noticia de que había aprobado la tesis y me graduaría como
Ingeniero Eléctrico”, cuenta José Ricardo Díaz Guevara, de 24 años de edad,
recordando algo que durante mucho tiempo vio como un sueño inalcanzable.
"Siempre me gustó estudiar, pero en mi cantón
solo había hasta sexto grado y lo único que me quedaba era ir a trabajar a la
milpa, hacer frijolar o cortar café. Pero yo deseaba seguir estudiando,
prepararme profesionalmente y poder sacar adelante a mi familia", dice el
joven proveniente del cantón Cuervo Arriba, en el municipio de Chiltiupán (La
Libertad), quien en octubre de 2012 recibió su título universitario.
Para alcanzar ese sueño, Ricardo ha tenido la ayuda
de muchas personas que siempre reconocieron su perseverancia y entusiasmo por
salir adelante. Desde niño, supo enfrentar con optimismo la difícil situación
económica de su familia y el limitado acceso a la educación en su cantón. Todos
los días caminaba una hora y media para ir a la escuela y poder graduarse de
noveno grado.
En sus estudios, siempre sobresalió por sus buenas
notas y la dedicación que tenía para aprender. Esto captó el interés de Tomás
Díaz, un español que impartía clases de inglés en su escuela. Un día le
preguntó: "¿Qué vas a hacer cuando termines el noveno grado?".
"Trabajar, porque no tenemos dinero para seguir estudiando", le
contestó Ricardo. "Tú eres bueno y tienes que seguir. Te ayudaré con tus
estudios de bachillerato", le prometió Díaz.
Fue así como pudo iniciar estudios como Técnico
Contador. Al finalizar su tercer año, una de sus profesoras lo recomendó al
Programa de Becas Mártires de la UCA. Asistió al proceso de selección y se le
concedió la beca para estudiar Ingeniería Eléctrica, uno de los programas de
pregrado más difíciles de la Universidad.
A Ricardo le llamó la atención la carrera desde que
aprendió con su padrino a hacer instalaciones eléctricas en su comunidad.
"Yo pensaba que solo era eso y dije que quería estudiar Ingeniería
Eléctrica. Mas no sabía todo lo que me esperaba, sobre todo con las físicas, de
quienes no fui muy amigo. Aunque, cuando uno quiere superarse, le pone el mayor
esfuerzo y dedicación para lograrlo”.
Según Ricardo, de los 150 estudiantes que
comenzaron la carrera en 2007, únicamente 11 lograron finalizarla en el tiempo
establecido. Él fue uno de ellos. Un joven que, además de entregarse a sus
estudios, dedicó parte de su tiempo a practicar karate y fútbol, así como a
hacer voluntariado social en el Programa de Becas. De esta manera, asegura, pudo
ayudar a otros y devolver un poco de lo que un día él recibió.
Actualmente, estudia inglés y dentro de sus
prioridades está la de conseguir un buen trabajo, garantizar la estabilidad
económica de su familia y lograr que sus hermanos también puedan estudiar en la
universidad. Asimismo, aspira a una maestría en Japón o en Alemania.
"Mi vida ha sido una completa bendición",
dice, al hacer mención de cada una de las personas que han formado parte de su
historia de superación y que, incluso sin conocerlo personalmente, confiaron
siempre en él. "Este triunfo también es para ellos y en especial para la
memoria del padre Dean Brackley. Un amigo que siempre me escuchó, alivió mis
tristezas y miedos. Supo guiarme por el buen camino y lograba con cada plática
hacerme sentir un hombre nuevo", concluye, satisfecho.
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